Roberto

Roberto llega un rato más tarde desde la Vía España. Ha visto a Lencho y se acerca para ver qué pasa. Lencho lo distingue e inmediatamente sabe que está recién despertado. Seguramente pasó mala noche.

Viene con un cartucho grande y una cara de hambre disimulada. Agradece que el otro le extienda un poco de su comida. También acepta el libro, aunque temeroso de ensuciarlo. Los dejo interactuar y me aferro a mi timidez. Ellos también han sido sorprendidos por el momento.

Cambia de estación en la radio

"...apura el paso,
sumerge la mirada en sí,
en el semáforo,
cambia de estación en la radio,
o bien,
si el terror se lo permite
tira al aire algunas monedas".

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La fotografía muestra a un conductor que mira hacia abajo dentro de su auto. Creo que tocaba la radio, o tal vez buscaba monedas, pero la luz seguía en rojo y él no abría las ventanas. No hubo oportunidad de explicarle qué queríamos de él, nunca bajó el vidrio, ni levantó la mirada, ni pareció intentar calmarse...

una venta

Una de las ventas de Lencho.
"Buenas tardes señoras, hoy es el día mundial de la poesía y estamos vendiendo este libro. El precio es de un dólar, pero se agradece lo que pueda..."
La chica busca el dólar en su bolso, tranquilamente, a pesar de la negativa de su compañera de viaje. Luego, baja la ventana justo lo necesario para el intercambio y desaparece en el sopor del mediodía.

Lencho Flores


Se llama Florencio. Todos lo conocen como Lencho. Tony lo encontró en las calles de Río Abajo mientras caminaba con su maleta al hombro. Su maleta es su casa y viaja con ella por donde va. Es imposible dejar sus pertenencias por ahí.

Yo estaba en la esquina de la intersección de la Vía España con la Once de Octubre con un cartucho lleno de libros. Los veo bajar del auto y me pregunto quién será.

El viene con un libro en la mano y me pregunta si yo escribí el poema. Le digo que sí, con algo de verguenza porque sé que es mi punto de vista sobre una situación en la que el sujeto es desconocido para mi. Pero me dice "Así mismo es como lo que dice usted. La gente nos mira así, nos temen, como si nosotros saliéramos a la calle a hacer daño. No somos maleantes, pero nos tienen miedo".

La entrevista

Alexandra Shjelderup llega a la esquina donde estamos con Lencho y Roberto. Está advertida y llega dispuesta a dejarse llevar por el momento. Pero la oportunidad es rara y se anima a proponer. Pregunta si es posible una entrevista antes de la venta. A falta de objeción se prepara con el camarógrafo. Luego de tratar de entrar en razón con los empleados de la pizería Tamburelli de la Vía España, desiste de utilizar una mesa para la entrevista, a pesar de hacer notar que hemos consumido todos ahí (incluso estos señores de apariencia menos cautivadora que la suya). Es inútil, tienen miedo y Lencho lo comprende. Roberto también lo entiende y se hace de paciencia, total, hoy ha comido algo y lo demás es ganancia.

Ahora Alexandra tiene la oportunidad de mirar a los ojos a Lencho y le pregunta cuántos años tiene de estar en la calle. "Muchos" -le contesta él con una sonrisa.

Lencho se alegra de que venga la televisión a filmarlo porque así su hermanita lo verá. Hace tiempo que no la ve, y ella ha querido internarlo dos veces. Pero él dice que no sirve para estar encerrado. Ya se habituó a la calle.

Le muestra los tesoros que se encontró. Son objetos preciosos, pero tal vez de poco valor comercial. ¿Cómo saber, si ni él mismo ha querido asegurarse? Quizás es mejor no saber. Ahora por lo menos piensa que son un tesoro.

Ahora el turno es de Roberto. Antes escuchaba a Lencho atentamente. También tiene algo que contar. En su caso también fue mala suerte, dice.

Alexandra sigue la entrevista. Ahora es más difícil escucharles. Este hombre habla muy bajo, como si no tuviera mucho vigor. Tose de vez en cuando, y se ve que se apena por eso. Su historia no tiene para él nada espectacular, con ella se va dando cuenta del error, de que en su caso no es tan mala suerte. Es joven y todavía puede que tenga tiempo. Salir de la calle es el reto que se ve difícil. La esperanza no es muy clara porque para volver al mundo que él dejó haría falta como volver a nacer de nuevo.

Primer intento. Roberto busca en la basura.

Son las 11:15 en el puente elevado de San Miguelito. Estamos en el cruce de la carretera Transistmica con la Avenida Ricardo J. Alfaro. Debajo del puente hay una especie de asentamiento. Se ven los cartones extendidos, mesas y bancas improvisadas con cajas en las que una vez hubo manzanas y peras, tanques pintura, bolsas, basureros, carritos de supermercado, y otros desperdicios.

Tony y yo tratamos de mirar desde la acera para ver si hay personas, pero al parecer ya no es hora de seguir en ese hueco. La vida en ese cruce es bastante movida. La esquina donde estamos tiene ventas de todo tipo de cosas. Aunque hay dos grandes supermercados, muchísimas tiendas y comercios, afuera se vende y se compra con igual ferocidad.

De pronto me salta a la vista un hombre joven y alto de piel oscura que revisa un basurero en la parada de buses. Lo observo un minuto y me hago la historia en la cabeza. Pienso que en cuanto le proponga la venta de "IndiGentes" y que las ganancias son suyas, acepatará de inmediato. Es tan alto que no tengo valor para afrontarlo. Tony se anima y lo aborda con unos ejemplares en la mano. Mientras le explica, yo observo que se quita un guante y con la mano ya desnuda se quita el otro guante. Los mete en el cinto y toma el libro. Lo ve, lo abre, se queda un rato como pensando y dice "lo siento". Lo siento - repite - yo no sirvo para vender nada. Nunca he servido. Soy penoso, sumamente penoso. Prefiero no tener nada que ver con la gente, prefiero tratar con la basura".

En otra cosa

Después del fracaso con el primer Roberto de esta empresa quijotesca, el rostro perplejo de Tony me anima al segundo intento. Entendí las razones del hombre anterior. Mejor dicho, empezaba a entender las razones. Un basurero es menos hostil que muchos transeuntes. Tampoco he sido buena vendedora y lamentablemente no he tenido la claridad para entenderlo como lo entendió Roberto (si es que en realidad así se llama).

Entonces veo a un hombre colgado de unas muletas pidiendo dinero en una esquina. Me le acerco y me pide una ayuda. Le hablo, mientras Tony me espera disimuladamente a unos metros. Este hombre tiene casi mi estatura, pero no estoy segura si es por su condición que lo veo más pequeño. Le pregunto qué hace ahí en este lugar y me dice que vende lo que sea.

Segura de mi éxito, saco unos cuantos ejemplares y le explico mi idea. "¿Poesía?" - me inquiere desconcertado. Si -le digo- hoy es el Día Mundial de la Poesía y es posible que algunas personas estén interesadas en leer poesía. Entonces el me mira con cara de situación y me dice "Bueno, es que yo estoy ocupado, tengo que hacer unos trámites y no me puedo comprometer con nadie ahora mismo. Estoy aquí para otra cosa. Eso no".

Una señora que vendía billetes de lotería y bolsitas de guandú a un metro me grita: "Es que a él lo que le gusta es pedir, váyase mamita, no pierda su tiempo con él, que a él lo que le gusta es pedir". Entonces yo lo miro nuevamente como preguntándole si era cierto. El hombre me mira y me dice "de verdad, estoy ocupado, hoy no puedo".