Texto

IndiGentes

En una ciudad
en la que los fantasmas
pueden verse sin esfuerzos,
decidieron llamarles indigentes.

Nadie sabe
cuándo fue que murieron,
pero ya no están
de cuerpo presente,
ya no son más que espantos
que fingen dormir en las aceras.

Si por descuido,
en esa ciudad
se transita por las calles que pueblan,
si con uno de ellos
alguien se encuentra;
apura el paso,
sumerge la mirada en sí,
en el semáforo,
cambia de estación en la radio,
o bien,
si el terror se lo permite
tira al aire algunas monedas.

Ellos, los fantasmas,
siempre del mismo color
- ocre verdoso -
a veces parecen evocar
tiempos venideros,
y se hacen más
volando entre tinacos,
puentes, plazas, parabrisas,
unos con bolsas llenas de recuerdos ajenos,
otros con piedras
para el lobo de caperucita.

Los habitantes,
fieles tributarios
al banco de indigentes
esperan gracias
por sus dotes egoístas,
y los fantasmas
- siempre generosos -
se las dan,
aunque en el fondo
sienten pena, porque saben
que para ser fantasma
sólo se requiere
un golpe de suerte.