El sueño americano


Cuando se dice California, USA, inmediatamente el recuerdo convoca palmeras, tranquilidad y buena onda, pero hay una realidad que el famoso "sueño americano" oculta.  En el país supuestamente desarrollado que nos vendieron como el ideal, en la potencia económica y bélica supuestamente indestructible, en el norte más norte de los nortes existen también indiGentes

El sistema del sueño americano es tan cruel, que aún ganando 2000 dólares al mes, esta mujer y su hija deben vivir en la camioneta familiar aquella que soñamos cuando veíamos las series de los años noventa.  La minivan es ahora su casa, al menos mientras la pueda mantener.  

Un día - al quedarse sin trabajo de tiempo completo - ya no pudo pagar la renta y pensó que mientras resolvía, tendrían que dormir en el auto.  A sus cuarentipico y sin estudios universitarios, el mercado laboral no la considera útil.  Sólo en gastos mensuales por el auto, gasta unos 600 dólares.  Bañarse y guardar el resto de sus pertenencias en un depósito, le sale en casi doscientos; y comunicarse, doscientos más.  Al no tener donde preparar alimentos, su comida y la de su hija sale en unos 900 dólares mensuales.  Nada les queda para el cine o para tomar vacaciones.  

"Cuando piensas en un indiGente, normalmente te imaginas un alcohólico, drogadicto, perezoso o con problemas mentales" dice, pero "la mayoría son personas como yo que trabajan, estudian y tratan de salir de esto, pero no pueden" agrega.

Por supuesto que probaron con los refugios, pero se encontraron con la realidad, son lugares terribles, donde la miseria realmente se devela.  Prefieren - aunque la ley lo prohiba - dormir en su auto.  Y tal es la demanda de estacionamientos para dormir, que ya se ha convertido en el programa de una asociación, que les provee de un espacio pasar la noche y se les proporciona un inodoro y un poco de tranquilidad.   También les ayudan a encontrar un lugar para vivir, pero al final, eso que vimos en televisión en los ochenta y los noventa, es un espejismo que le ha salido caro a muchos migrantes y también a la ciudadanía que nunca esperó estas circunstancias y - por lo tanto - nunca se preocupó del camino que tomaba la economía.

El reportaje de VICE dice que más de 16 mil personas viven en estas condiciones (unos con menos suerte y autos más pequeños), y que el mercado inmobiliario de Estados Unidos no ve como un negocio las casas para personas de ingresos bajos.   El gobierno tampoco lo hace, porque respetan mucho a la lagartería de los comerciantes.  Menos tocar a la empresa privada...eso sería atentar contra la libre empresa.  Mejor que se jodan las personas, que vean a ver qué hacen.  

Esta mujer, su hija y miles de familias que hoy viven en la calle están ahí por un golpe de suerte, que - pensándolo bien - no es suerte, sino la pasividad con la que permitimos que unos pocos se adueñen de nuestro destino.  



La comunicación como herramienta del opresor

La imagen que vemos es un típico ejemplo de como un medio de comunicación instala sistemáticamente en el imaginario popular una visión del mundo que fortalece la opresión de una clase social, de un fenotipo y de la institucionalidad represora.  

Aquí observamos muchísimas cosas.  Es el medio ideal para mostrar a un hombre adulto mayor visiblemente afrodescendiente en una situación compleja, que el periódico no pierde oportunidad de retratar.  A su lado, un agente policial sonríe para la cámara, mostrándose afable, distendido - más aún - riéndose.  Se puede inferir que la situación le parece jocosa.  Como pie de foto el medio explica su versión o la versión del agente.  Cualquiera puede ver que la letra "o" entre las dos opciones nos indica que hacen una suposición.  No saben qué hace el hombre ahí y evidentemente ni siquiera les merece la pena preguntar.


Esta es la primera plana de un tabloide local en Panamá, se trata de la foto de portada, la que rodará de mano en mano y de lugar en lugar durante todo el día y tal vez durante toda la semana.  Sabemos que al ver esta foto, recordaremos alguno de estos mensajes:
  • La gente pobre vive en la basura
  • La gente pobre es afrodescendiente
  • Los afrodescendientes son gente pobre
  • La gente pobre es ignorante
  • La policía es impotente ante las malas decisiones de la gente pobre e ignorante
  • El basurero es el lugar de la gente pobre
  • El policía es bueno por definición
  • La policía nos protege de la gente pobre
  • La gente pobre es insalubre
  • La institución policial vigila en los basureros
  • Los viejos son un problema
  • Los indigentes están locos
  • (Escríbame contándome qué otro mensaje ve aquí)

De esta forma, se perpetra la opresión social.  El individuo es catalogado y todo cuanto se parezca a este individuo es sujeto de control policial.  Hay que vigilar.  Podrían explicarlo de mejor manera Pierre Burdeau y Michel Foucault en sus respectivas hipótesis sobre la Cultura del Poder y Vigilar y castigar.   Estas son maneras de colocar a cada quien en su lugar, de enseñar a nombrarlos, de fijar en la mente la fisionomía del enemigo.  Así, nosotros andaremos por las calles con miedo a esta fisionomía, le tendremos miedo a cualquier negro que se nos cruce por la calle, aun cuando sea idéntico a nosotros, a nuestros familiares y amigos.   Rechazaremos o cuando menos, tendremos en menor estima a todo aquello que los medios nos repiten como malo.

El resultado es preciso.  Seguiremos eligiendo como autoridad al otro, a la fisionomía que se nos muestra como exitosa.  El opresor, quienes nos tienen señalados y condenados, triunfa en cada momento.  Debemos entregar a ellos nuestros recursos, porque solamente ellos pueden administrarlos, sólo ellos son capaces, porque ellos nunca estarán en esta situación, no son "gente pobre", son mejores que nosotros.

Pensémoslo bien, los medios tradicionales trabajan todos los días para repetirnos el mensaje.  La página policial es un invento excelente para esto. Aprendemos a desconfiar de ese modelo que nos muestran.  El trabajo está hecho.

Necesitamos un nuevo modelo de comunicación entre nosotros, uno que no esté permeado por la visión colonizadora, donde los pobladores originarios no parezcan los malos.  Necesitamos desenmascarar esta versión amañada de la realidad.  Sólo así empezaremos a confiar más en nosotros y menos en ellos.  Solamente así comenzará nuestra liberación de las cadenas.

Países desarrollados

Uno de los mitos que nos creímos hace algunos años atrás - y que ha provocado en Latinoamérica esa angustia por cambiar, por parecer cada vez más modernos -, es que en los llamados países desarrollados no hay problemas.  Además, el problema es otro mito que se determina desde lo que se quiere cambiar.

En Estados Unidos también hay indiGentes.  En la televisión te los pueden poner como un par de drogadictos - en el fondo gente anti-sistema - que están así porque sus malas decisiones y no tienen remedio, pero en la vida real son muchos y nada tienen que ver con los dramas que nos inventamos por nuestros propios prejuicios.



Hace unos diez años Mike Brodie viajó por todo el país retratando jóvenes que vivían en la calle y viajaban en trenes de carga. Lo hizo para contar sus historias, o más bien su historia de viaje.  Se trataba - en algunos casos - de chicas y chicos que buscaban libertad. Nada más que eso.  El mismo Brodie, que ahora trabaja en un taller mecánico, salió un día de casa y decidió sumarse a estos nómadas que vivían de polizones por un sistema de transporte en abandono.

Entrevistado por Kqed hace un par de años, explicó su propia aventura, que inició de manera casual y con la cámara Polaroid que encontró en el asiento trasero del auto de un amigo.  Desde que saltó a su primer tren se dio cuenta de que algo estaba pasando al margen de la sociedad y se le hizo interesante captarlo en imágenes.  The Polaroid Kidd terminó sus días de polizón-fotógrafo en una cárcel en Jacksonville y después de diez días preso tomó la decisión de establecerse en Oakland, donde tiene su taller.


En la entrevista que le hizo Los Angeles Times parece un tipo bastante sencillo, que dice haber sido inspirado a salir de viaje en esa forma por la escena punk de Pensacola y las feministas que conocía. Curiosamente, nunca sintió a la gente de los trenes como indiGentes, porque era una comunidad que simplemente había decidido buscarse la vida en otra dirección, con otras reglas muy distintas al común de la sociedad.

Pero mirando las fotos y tratando de entender este movimiento anárquico que curiosamente parece una etapa en la vida de muchos de ellos, podría decirse que vivían - o viven - como indiGentes.  Claro, que son de un tipo que decide ganarse su libertad demostrando que no necesita tener un lugar llamado casa donde llegar al final del día y asearse, o una dirección donde recibir los estados de cuenta de banco alguno.

A través de un trabajo que le tomó apenas cinco años, este muchacho - aunque no sea su intención - defiende la idea de que la libertad que da la calle consiste en no depender del sistema, y más aún, que puedes salir de él y entrar nuevamente cuando lo decidas.  ¿Miedo a las bacterias, a la noche o a ser asaltado en un lugar oscuro? Igual nos pasa y no nos protege demasiado la cantidad de cosas que acumulamos.

El trabajo de Brodie ha servido para análisis antropológicos y - aunque él ya no esté interesado en la fotografía, ni en los viajes por tren como polizón - nos obliga a mirar con otros parámetros la vida.  En sus recuerdos, les pinta como gente altamente creativa y con un sentido de la lealtad tremendamente desarrollado, al punto de que algunas de las amistades que conserva de esos días hoy siguen en contacto entre sí y desde sus nuevas vidas siguen pendientes también de la del Chico Polaroid.

  

Limpiador de almas

Ciro Jackson espera a que cambie la luz del semáforo,
el agua con jabón está lista, pero
las luces tienen su ritmo.

Los conductores no entienden,
sólo saben que desean avanzar;
ellos sólo quieren superar una luz más.

Pocos se detienen a observar la calle,
su sistema respiratorio,
su presión sanguínea,
la fragilidad que habita en el verde,
la intensa agonía del ámbar,
ni las infinitas historias del tiempo en rojo.

Ciro Jackson piensa:
esta noche voy a comer algo,
la gente es generosa en estos días,
tienen muchas monedas y
las tiran al vacío como peste.

Yo cuento una moneda sobre otra,
las apilo - dice - y la montaña crece.
Ayer hice once dólares y lloré de la risa,
pagué mi cuarto y me quedaron dos pesos.
Con eso no se puede comer, pero
una sodita con galletas llena.

Ciro Jackson camina entre los autos,
calcula el momento,
lanza el agua enjabonada con su esponja
y limpia la visión del conductor
hasta ver su rostro detrás del parabrisas
y su alma sumada
en el monto que piensa pagar
por la limpieza.

Delitos


En Fort Lauderdale, Estados Unidos un hombre de 90 años ha sido arrestado en dos ocasiones este año por dar alimentos a los indiGentes.  Arnold Abott lleva unos 24 años cometiendo este delito, con el que el Alcalde está en desacuerdo por considerar que es un error evitar que los indiGentes se vean obligados a vérselas con las autoridades.  

Los alimenta en el parque cada día, con lo cual parecen vivir tranquilos y sin necesidad de robar para comer.  Trabaja con gente de una iglesia local, quienes le ayudan a repartir la comida.

La última amenaza del Alcalde son 4 meses de prisión y 500 dólares de multa.   Abott dice que lo que el Alcalde quiere es que esta gente deba robar para comer.   

En las redes sociales, muchas personas indignadas por este atropello comparten esta fotografía, las distintas notas periodísticas y animan a la gente a escribir al Alcalde de Fort Lauderdale para que deje en paz al señor generoso.

Varios policías han sido sancionados por negarse a arrestar a este hombre y entre tanto, los indiGentes a quienes apoya no saben muy bien si hoy habrá algo de comer para ellos.

Si este es el país de la democracia, si es un país desarrollado y si a esto se refieren cuando dicen que el Capitalismo es la fórmula correcta para el mundo, entonces me quedo en mi Latinoamérica solidaria, socialista por naturaleza y caminando hacia el lado contrario del desarrollo.

El Condicionado

El ideal
además de ser el mayor peso que el hombre puede cargar
también es la desgracia del idealista.

firma: El Condicionado

Con esas palabras inicia el promocional de esta estrategia de facebook llamada Facebook Stories.   Una chica brasileña de nombre Shalla Monteiro describe su encuentro con Raimundo Arruda Sobrinho, un indiGente que vivía en la calle hacía unos 35 años, pero a quien su constante ejercicio de la escritura lo mantenía a salvo en "La isla", una pequeña isleta rodeada de autos y viajantes que había bautizado así, con la carga metafórica que implica la decisión en si misma.

Higiene material
higiene mental
aquí, no sé cuál de las dos es más difícil de hacer.

Así se traduce otro de sus textos, que aveces parecen más un tratado de filosofía, pero que tiene - en verdad - una similitud intrigante a la génesis de la poesía en el imaginario de un Aristóteles que sintió la necesidad de diferenciar al poeta del escritor científico, por ejemplo; y luego, al poeta elegíaco del poeta épico.

La historia de El Condicionado, si bien se propone - equivocadamente, digo yo - como una historia de esperanza, porque es lo que en el uso de las redes sociales atrae más la atención, puede mejor entenderse como la poiésis, que tiene que ver más con el gesto creador en la palabra del cual es capaz sólo un ser humano (hasta el momento).

La construcción del personaje, del espacio, la recreación de la vida [lo que decimos cultura] y la expresión escrita, lo que demanda el gesto de regalar un poema a la chica que te mira y el mito creado en un universo que no domina, que ni siquiera conoce (facebook, internet, etc.), supera los intentos de nuestra aproximación a la poesía.

Con la frase "Desdichado del hombre que se abandona", el documento presenta a un Raimundo renovado, de barba afeitada y pelo recortado, cuyo único rastro de la miseria parece ser una escoleósis severa, pero que come, lee y sonríe bajo la protección de su hermano, quien relata emocionado un poco de su búsqueda y su necesidad de llenar el vacío que el hermano desaparecido dejó al marcharse.

Hago la diferencia en  la lectura de este relato.  El condicionado es más una invitación a mirar en lo profundo de una sociedad que nos mantiene indigentes, pero de sentido.

A continuación, comparto el original de la historia que conocí - no podía dejar de decirlo - a través del facebook.  Ustedes tomen lo que deseen.






Maldita suerte...


Ciento sesenta dólares mensuales por persona fue lo pactado para que el Albergue de Resocialización y Asistencia de Dependientes de Drogas realizara una labor social con indiGentes de la provincia de Colón.  

De pronto el Municipio deja de pagar y el Albergue no puede sostener los costos.  Un día los devuelve y seguramente vuelven a la calle.   ¿Acaso un plan insostenible? 

Misión Negra Hipólita (Venezuela)

Desde Venezuela nos escriben para contarnos de un proyecto llamado Misión Negra Hipólita, una fundación sin fines de lucro que se dedica a la atención de “personas en situación de calle” según les llaman en esta organización.

Estuve revisando su sitio Internet y encontré una imagen con el procedimiento básico que utilizan para entender y ubicar a cada persona según la situación que presente.  Tiene varios programas desde la identificación hasta el seguimiento.  Aparentemente se trata de “devolver” a la persona a la sociedad, no tanto al estado en que se encontraba cuando llegó a la calle, sino donde después de su experiencia se encuentre mejor. 

La iniciativa es relativamente nueva, ya que surgió en el año 2006, pero han logrado ponerla en regla y por lo que puedo ver el Gobierno apoya económicamente, de forma que pueden operar con más ventajas.  De hecho, enmarcan su trabajo en la ideología del socialismo, en la cual encuentran bases para actuar ante cada persona como alguien con los mismos derechos que cualquiera otra.  Se habla de derecho ciudadano, de protección social, e incluso de derecho a la cultura.

Cuando pienso en Venezuela, me acuerdo que a pesar de su riqueza natural, la corrupción ha dejado intensos vacíos en sus estructuras sociales.  La injusticia, el racismo, la marginación me llegan como golpes.  Recuerdo incluso en las telenovelas que veía con mi mamá, todas esas historias de cerros en los que la gente se amontonaba para sobrevivir.  Era tan raro estar viendo eso y luego un derroche de lujos en los Miss Universo y en los comerciales de las empresas televisoras de los años ochenta.  Era como si Venezuela le robara a Venezuela. 

Dicen que hoy día ocurren otras tragedias, que las injusticias cambian de mano y qué sé yo qué más, pero la esperanza está en que en la medida en la que se estudie la indigencia, en la que se empiece a pensar en cada persona como un ciudadano con derechos, las cosas pueden cambiar. 

Por el momento les invito a conocer más sobre la Misión Negra Hipólita y su revolución de afecto.

apariencias


Como la foto tiene igual tamaño que el texto, asumiremos que su aspecto es parte importante de la noticia. La apariencia de este señor lo coloca automáticamente en la categoría social de "indigente", aunque tal vez las "unidades policiales" se quedaron con la información de que no vivía en ningún lugar, cosa que cualquiera dice si lo agarra la policía.  

El hombre estaba intentando entrar en las instalaciones de unas oficinas públicas con un cuchillo en su poder.  Lo que no entiendo es por qué parece estar en la calle, por qué era importante decir que era indigente y si su apariencia es un dato relevante para las "investigaciones".  

Probablemente ya no se sepa más de este Óscar, su noticia, como tantas otras quedará en este pedazo de página del periódico tabloide. Sus necesidades y sus problemas ya no serán asunto de las autoridades, y probablemente su apariencia le seguirá trayendo sobresaltos.


HomeLess

[esta es la versión en inglés del poema IndiGentes, hecha por mi, que - aunque no soy angloparlante - tengo más o menos claro el asunto, sin caer en la trampa de las traducciones literales]



In a certain city
where phantasms can be seen
with minor effort,
they decided to call them homeless people.

No one knows
when was it that they passed away,
but they are not among the living anymore;
they aren’t anything but specters,
who pretend to be sleeping on the sidewalks.

If by any distraction,
people walk into the streets they settle,
and come across with such an apparition,
they’ll rush their steps,
sink their look into themselves,
pay attention to the traffic lights,
change the radio station, or
if so much fear allows them,
throw some coins into the air.

Phantasms, always the same color
 – greenish ochre –
seem to be recalling coming times,
and multiply themselves,
flying among trash cans,
bridges, parks, windshields;
sometimes carrying bags
filled with people’s memories
or stones for the Little Red Riding Hood’s wolf.

Inhabitants,
faithful contributors
to the homeless tax,
expect some gratitude for their selfish gifts,
and phantasms
– always generous –
give them so,
even when in their minds
they really feel sorry knowing that
to be a phantasm
all you need is

a lucky strike.

Mensaje en la niebla para el hermano mendigo













Hermano mendigo,
quiero como mi mano
tu mano sucia y viajera
para extenderla a esta gente hermosa,
pedir un sol en la madrugada
un pan sin necesidad de mesa
y rogar un beso en la frente
cuando ya todos los ojos
ardan en el aire.

Hermano,
yo también estoy amparado
a una cuneta a las orillas de la vida.
Sigo la ruta del afán y el desacierto.

Yo sólo pido las migajas de un aroma
pero esta ciudad está hecha de espinas.
Grande es la sombra.
Grande el hambre que tengo.

Hermano mendigo,
como tú,
yo también huelo a las heces
de un corazón canceroso que grita a medianoche.

A mí también la lluvia me martilla los huesos
y el frío me deja su veneno blanco sobre los poros.
Como tú,
tengo mil caminos como mil formas
de morir y no morir con pasos ciegos.

Sedienta es la tormenta en una esquina o bajo los puentes;
los dos sabemos de su mano terrible
que sube desde el charco para ahogarnos las lágrimas.

(Niñas bonitas
asquean por nuestra piel de oruga
y niños valientes
le lanzan piedras a nuestro trémulo cariño desde los balcones.)

Oh, hermano mendigo,
yo también tengo un saco en los hombros
y llevo una rosa, ahí,
donde los demás sólo ven basura…



Este poema es de Vladimir Amaya, poeta salvadoreño.


Crucifíquenlo!!!


En el periódico "El Siglo" se anuncia que la comunidad de Campo Limberg en la ciudad de Panamá se queja.  El problema es un indigente que se pasea semidesnudo por la calles del sector y que busca comida en los basureros, que pide dinero y que anda "medio desnudo".  Pero la mayor preocupación parece ser que "los niños tienen miedo cada vez que ven a este hombre pasar".

Para ilustrar un poco a quienes no lo saben, Campo Limberg, que debe su nombre al legendario millonario que perdió a su hijo hace más de cuatro décadas, es un pequeño barrio de clase media ubicado en el Corregimiento de Juan Díaz.  Una nota periodística sobre Juan Díaz nos aclara que es un sector de variados estratos sociales, con tendencia a la pobreza, pero lleno de fábricas y comercio al por mayor.  

Entonces, la queja parece ayudarnos a entender cómo la indigencia se convierte en el resultado de un problema más grave: LA INDIFERENCIA. Porque cuando los residentes de Campo Limberg sienten los "olores desagradables" de su vecino y se ven afectados por sus hábitos alimenticios,  se les quita la paz del remanso en el que viven.  Ellos, rodeados de pobreza, de industrias contaminantes y protagonistas de la terrible distribución de la riqueza, están molestos porque se les está colando la realidad de este país en su pequeño paraíso.

Quien firma la nota, Boris Perea, la titula como "Indigente suelto...", como si se tratara de un animal o de un delincuente, quien debiera estar amarrado o encarcelado por estar buscando qué comer en los basureros de los ricos.

Hay varias preguntas desde el otro lado: ¿por qué se va precisamente hasta estos basureros? ¿por qué no ordena adecuadamente las basuras cuando termina de revisar? ¿por qué anda semidesnudo en una ciudad que vive a 33 grados centígrados? ¿por qué pedir plata a los ilustres moradores de tan fino barrio? ¿por qué los niños le tienen miedo, si ellos no saben cuan peligroso es? ¿en qué consiste el delito de este hombre? 

Creo que con esta pequeña nota en el periódico, todos quedamos un poco semidesnudos.

El hombre invisible


SITUACIÓN INICIAL: Hay muchos indigentes en Dusseldorf (Alemania) y mucha gente que no los nota.

MISIÓN: Sensibilzar al público e incitarlos a que compren la revista de indigentes
fiftyfifty.

IDEA: a menudo los indigentes piensan que la gente como que mira a través de ellos.  Eso fue lo que mostramos en nuestra promoción navideña (Revista Fiftyfifty).

Lutz, indigente desde hace más de 15 años, intentará vender el número de Navidad de la Revista Fiftyfifty impresa. Una cámara de video registra lo que sucede detrás de Lutz y un proyector lo refleja sobre él.   NO ME IGNOREN, dice un letrero hecho a mano delante suyo.

RESULTADO:  Una gran cobertura en los medios a nivel nacional.  Y la venta total de la edición navideña de la revista Fiftyfifty!!!

Qué fácil estrategia de mercadeo, dicen algunos comentarios por ahí, pero es más fácil seguir ignorando a los congéneres.  Fiftyfifty es una revista alemana, que más bien es un programa para ayudar indiGentes, reinsertándolos en la sociedad o apoyándolos en asuntos de salud, en su alimentación y muchas veces hasta encontrando a familiares que no sabían de su estado.  Su principal fuente de financiamiento son las ventas de la revista y otros productos, pero también reciben donaciones.  La autora de Harry Potter es una de sus grandes donantes, y en una entrevista que concedió a la misma revista dijo que su niñez había sido muy dura y que por eso ella sabía lo que era estar necesitada y no poder recurrir a ningún familiar o amigo.
Lo cierto es que ya montado el proyecto, no es difícil apoyar, porque con creatividad, el equipo de Fiftyfifty ha sabido trabajar de manera sencilla y bien esquemática (como buenos alemanes) para garantizar sus objetivos.  De este tipo de cosas hablo yo, cuando me refiero al Capital Social.  Tenemos que ser sociedades en las que el Estado tenga sus responsabilidades y los ciudadanos también asuman las suyas, porque si hay una cosa que necesita un ser humano es al menos una mirada que le salve.
p.d.: si entiende alemán, dése una vuelta por la revista en www.fiftyfifty.galerie.de
y, ya saben, NO LOS IGNOREN.

Hay vida en el cementerio

Me lo contó sin demasiado aspaviento.  El hombre había vivido en un cementerio. Debí haber recibido el tema como niño con palabra nueva, porque con su habitual paciencia - la paciencia del viajero - hizo un gesto afable desde el que arrancó a explicar su inusual historia.

Cualquiera hubiera partido del "golpe de suerte" para iniciar el coloquio, pero empezó por llenar el ambiente de afecto y colocó por delante a la fortuna de que existiera gente tan generosa en Managua.  Se dedicó a tallar cada detalle de las tantas tertulias que compartió con ese amigo a quien después las circunstancias obligarían - y esto lo dijo desprendido de cualquier resentimiento -  a pedirle con mucha verguenza que abandonara su casa en cuanto le fuera posible.

Puedo imaginarme su diáfana sonrisa cuando le dijo sin el menor asomo de preocupación, no sólo que ya tenía donde quedarse, sino que además hacía tiempo que le habían ofrecido posada. Puedo imaginármela, porque por lo poco que sé, esa sonrisa es un sello del poeta.

Esa misma tarde, Otoniel Guevara tomaría sus pocas pertenencias, y después de gastar tiempo en algún café, caminaría hasta encontrar un sitio donde recostar su cansancio.

En aquel entonces, el Cementerio San Pedro no estaba cercado ni custodiado, pero seguramente era tan tenebroso en el imaginario colectivo como lo puede ser ahora, que hay tanto cine de espanto y que se saben las mañas de la brujería.  Y no lo digo en plan de niña boba, papel que protagonicé a los doce años, cuando me invitaron a conocer Chiriquí con base en una casa ubicada detrás de un cementerio (antes nunca se me había ocurrido que un mosquito pudiera ser en verdad un fantasma); lo digo porque se sabe sin saberse que en los cementerios...ocurren cosas.

Cuesta entenderlo, pero supongo que uno va cansándose y poco a poco los sitios cambian su dimensión.  La fría banca del parque (la primera cosa que probó) puede ser de pronto un portento de cama para alguien que en verdad no sabe a dónde ir.  Pasa la noche y se van apagando las posibilidades de que alguien te pueda dar una mano, se van cerrando las puertas que de día parecían dar la sincera bienvenida y el cuerpo se va llenando de un frío que hace añorar la infancia, cuando el calor propio era tarea de los mayores.

De pronto estaba solo y hasta los muertos se resistían a darle compañía, pero como tampoco estaban para llamar a la patrulla, se les acomodó en algún mausoleo de los que todavía quedaban en pie. La madrugada entró, no sin sombras moviéndose o sonidos que en su imaginación se antojaban como ruidos extraños (aunque allí el único extraño fuese él), y al amanecer había logrado burlar la primera noche al desamparo.

El estudiante de periodismo salvadoreño salió entonces a la calle, convencido de que alguna cosa cambiaría su condición de indiGente, pero los días se fueron sumando con las noches hasta hacer un mes.  Un mes de sonrisas, de preguntas, de mucho sueño, de cargar con sus 
cosas por todo lado hasta que las aguas volvieran al cauce y Otoniel cambiara otra vez de suerte.

Como no es de los que andan pregonando las miserias, de los que uno les pregunta inocentemente ¿Cómo estás? y te sacan la cuadrícula médica, las cuentas por pagar y lo que tenían pensado hablar con el psiquiatra, no fue fácil dejar el domicilio mortuorio.  Pero si logró entender que gracias a Dios los latinoamericanos no somos tan civilizados y desarrollados como para preguntarnos cómo, dónde y por qué se debe alojar en casa a un "pobrecito poeta" (que era él en esos tiempos y quien sabe si hoy también).

Ante la seriedad del asunto, me daba verguenza preguntarle una cosa tan banal, pero me arriesgué a indagar dónde se bañaba, y - aunque al principio su respuesta me confirmó que no era lo más importante -  me contó que después de las esporádicas licencias de un amigo chileno, terminó en una residencia de señoritas universitarias, quienes sin mayores complicaciones que unas eventuales miradas de sospecha, le prestaron también un corredor más acogedor que el mausoleo, con derecho a ver gente viva pasando al baño y a vivir la gloria de una buena comida en tiempos de abundancia (que no han debido ser demasiados).

Cuando me lo contó lo hizo sin demasiados aspavientos, pero tal vez sabía que me estaba confesando algo que despertaría mi curiosidad.  Más allá de mi curiosidad, se despertó mi pregunta dormida, aquella que inició precisamente en Nicaragua, cuando el poema IndiGentes terminaba de completarse.  Había tanta gente desamparada, tanta guerra inconclusa, como la que venía dejando Otoniel en El Salvador, que ser indiGente no era siquiera una decisión de rebeldía, como podía ser el caso de Roberto, de Lencho y de otros que prefieren no tener que ver con la gente y que por ello siguen en la calle. ¿Cómo llegamos a esto?

Tal vez este este relato quede como un recuerdo apenas curioso, o quizás se convierta en una anécdota que nos ha regalado el poeta, pero en el fondo los indiGentes siguen siendo esos fantasmas a quienes preferimos ignorar, a menos que den muestras de superación personal y veneración por una sociedad que les fabrica por docenas.  Es posible que en estos tiempos, ni siquiera en el cementerio encuentren cabida, como pudo constatar Guevara dieciocho años después, cuando encontró la entrada del ahora "Parque Museo Cementerio San Pedro" con una magistral cerca, con todos los mausoleos restaurados (incluyendo el suyo) y una modernísima categoría de monumento nacional.

La próxima vez que usted pase por un cementerio, no crea que es un lugar exclusivo para los muertos, no piense en fantasma con sábanas blancas, en esqueletos que salen de la tierra, porque algunas veces, por cortesía de algún indiGente, también hay vida en el cementerio.



Bondad y Libertad


Este artículo de Flor Mizrachi, publicado en el diario La Prensa el 18 de julio del 2007 me lanza inmediatamente la pregunta en la cara. ¿Qué quiere un ser humano?
Si a los indigentes en Panamá se les recoge en operativos de calle, se les da -como quien dice- los primeros auxilios y se les remite, ya sea a la policía, al asilo de ancianos o al tenebroso Ejército de Dios; entonces todo parece aparentemente resuelto.
Mi pregunta sigue allí, quieta pero vigente. No sé si me gustarían tales destinos. ¿En cuál de ellos puedo -por ejemplo- decidir qué hago con mi día? En la policía no, en el ancianato y en lo otro, evidentemente si. De no ser así, no habrían reincidentes como el que menciona el artículo, a quien se lo han llevado siete veces.
En el primer semestre del año se han hecho 1,176 "captaciones" por la Alcaldía de Panamá. Hay algo que no me cuadra, o mejor dicho, si me cuadra. En mi lectura la palabra dice indiGentes. La gente agradece la bondad, pero prefiere infinitamene la libertad.
Desde el blog de La Ventana de Trutruka en Chile, el proyecto IndiGentes reporta nuevos asomos en el registro "El Viejo del Saco":

Cuando niños, si no dábamos en el gusto a los adultos y no accedíamos a sus enojos y caprichos, nos amenazaban y atemorizaban con el viejo del saco. Eran los mendigos, los indigentes, los limosneros, los vagabundos, a los que ahora denominan como personas que se encuentran en situación de calle. En Francia, son atracción turística, los famosos ”clauchards”...


(para ver la entrada completa pinche aquí)

creer en la poesía


Leer un poema, tratar de entender, intentar la comunión con la palabra es tal vez la última parte. La primera parte es otro dolor. Sin embargo, estar ahí creyendo en la poesía, en que lo que dice tiene que ver con uno mismo es un ejercicio difícil de profundizar.
No todo el mundo va detrás de un verso, declarándose abierto a la definición, al trazo de unas líneas que se convierten en letras y palabras. No hay muchos que se hagan por unos minutos indigentes y cambien sus ambientes refrigerados por un poco de sol de mediodía, y así ver de cerca el significado.
Aquí faltan testimonios, experiencias, visiones, frustraciones y muchas preguntas. Pero puedo decir que también así es posible creer en la poesía.

Roberto

Roberto llega un rato más tarde desde la Vía España. Ha visto a Lencho y se acerca para ver qué pasa. Lencho lo distingue e inmediatamente sabe que está recién despertado. Seguramente pasó mala noche.

Viene con un cartucho grande y una cara de hambre disimulada. Agradece que el otro le extienda un poco de su comida. También acepta el libro, aunque temeroso de ensuciarlo. Los dejo interactuar y me aferro a mi timidez. Ellos también han sido sorprendidos por el momento.

Cambia de estación en la radio

"...apura el paso,
sumerge la mirada en sí,
en el semáforo,
cambia de estación en la radio,
o bien,
si el terror se lo permite
tira al aire algunas monedas".

para ver el texto completo

La fotografía muestra a un conductor que mira hacia abajo dentro de su auto. Creo que tocaba la radio, o tal vez buscaba monedas, pero la luz seguía en rojo y él no abría las ventanas. No hubo oportunidad de explicarle qué queríamos de él, nunca bajó el vidrio, ni levantó la mirada, ni pareció intentar calmarse...

una venta

Una de las ventas de Lencho.
"Buenas tardes señoras, hoy es el día mundial de la poesía y estamos vendiendo este libro. El precio es de un dólar, pero se agradece lo que pueda..."
La chica busca el dólar en su bolso, tranquilamente, a pesar de la negativa de su compañera de viaje. Luego, baja la ventana justo lo necesario para el intercambio y desaparece en el sopor del mediodía.

Lencho Flores


Se llama Florencio. Todos lo conocen como Lencho. Tony lo encontró en las calles de Río Abajo mientras caminaba con su maleta al hombro. Su maleta es su casa y viaja con ella por donde va. Es imposible dejar sus pertenencias por ahí.

Yo estaba en la esquina de la intersección de la Vía España con la Once de Octubre con un cartucho lleno de libros. Los veo bajar del auto y me pregunto quién será.

El viene con un libro en la mano y me pregunta si yo escribí el poema. Le digo que sí, con algo de verguenza porque sé que es mi punto de vista sobre una situación en la que el sujeto es desconocido para mi. Pero me dice "Así mismo es como lo que dice usted. La gente nos mira así, nos temen, como si nosotros saliéramos a la calle a hacer daño. No somos maleantes, pero nos tienen miedo".

La entrevista

Alexandra Shjelderup llega a la esquina donde estamos con Lencho y Roberto. Está advertida y llega dispuesta a dejarse llevar por el momento. Pero la oportunidad es rara y se anima a proponer. Pregunta si es posible una entrevista antes de la venta. A falta de objeción se prepara con el camarógrafo. Luego de tratar de entrar en razón con los empleados de la pizería Tamburelli de la Vía España, desiste de utilizar una mesa para la entrevista, a pesar de hacer notar que hemos consumido todos ahí (incluso estos señores de apariencia menos cautivadora que la suya). Es inútil, tienen miedo y Lencho lo comprende. Roberto también lo entiende y se hace de paciencia, total, hoy ha comido algo y lo demás es ganancia.

Ahora Alexandra tiene la oportunidad de mirar a los ojos a Lencho y le pregunta cuántos años tiene de estar en la calle. "Muchos" -le contesta él con una sonrisa.

Lencho se alegra de que venga la televisión a filmarlo porque así su hermanita lo verá. Hace tiempo que no la ve, y ella ha querido internarlo dos veces. Pero él dice que no sirve para estar encerrado. Ya se habituó a la calle.

Le muestra los tesoros que se encontró. Son objetos preciosos, pero tal vez de poco valor comercial. ¿Cómo saber, si ni él mismo ha querido asegurarse? Quizás es mejor no saber. Ahora por lo menos piensa que son un tesoro.

Ahora el turno es de Roberto. Antes escuchaba a Lencho atentamente. También tiene algo que contar. En su caso también fue mala suerte, dice.

Alexandra sigue la entrevista. Ahora es más difícil escucharles. Este hombre habla muy bajo, como si no tuviera mucho vigor. Tose de vez en cuando, y se ve que se apena por eso. Su historia no tiene para él nada espectacular, con ella se va dando cuenta del error, de que en su caso no es tan mala suerte. Es joven y todavía puede que tenga tiempo. Salir de la calle es el reto que se ve difícil. La esperanza no es muy clara porque para volver al mundo que él dejó haría falta como volver a nacer de nuevo.

Primer intento. Roberto busca en la basura.

Son las 11:15 en el puente elevado de San Miguelito. Estamos en el cruce de la carretera Transistmica con la Avenida Ricardo J. Alfaro. Debajo del puente hay una especie de asentamiento. Se ven los cartones extendidos, mesas y bancas improvisadas con cajas en las que una vez hubo manzanas y peras, tanques pintura, bolsas, basureros, carritos de supermercado, y otros desperdicios.

Tony y yo tratamos de mirar desde la acera para ver si hay personas, pero al parecer ya no es hora de seguir en ese hueco. La vida en ese cruce es bastante movida. La esquina donde estamos tiene ventas de todo tipo de cosas. Aunque hay dos grandes supermercados, muchísimas tiendas y comercios, afuera se vende y se compra con igual ferocidad.

De pronto me salta a la vista un hombre joven y alto de piel oscura que revisa un basurero en la parada de buses. Lo observo un minuto y me hago la historia en la cabeza. Pienso que en cuanto le proponga la venta de "IndiGentes" y que las ganancias son suyas, acepatará de inmediato. Es tan alto que no tengo valor para afrontarlo. Tony se anima y lo aborda con unos ejemplares en la mano. Mientras le explica, yo observo que se quita un guante y con la mano ya desnuda se quita el otro guante. Los mete en el cinto y toma el libro. Lo ve, lo abre, se queda un rato como pensando y dice "lo siento". Lo siento - repite - yo no sirvo para vender nada. Nunca he servido. Soy penoso, sumamente penoso. Prefiero no tener nada que ver con la gente, prefiero tratar con la basura".

En otra cosa

Después del fracaso con el primer Roberto de esta empresa quijotesca, el rostro perplejo de Tony me anima al segundo intento. Entendí las razones del hombre anterior. Mejor dicho, empezaba a entender las razones. Un basurero es menos hostil que muchos transeuntes. Tampoco he sido buena vendedora y lamentablemente no he tenido la claridad para entenderlo como lo entendió Roberto (si es que en realidad así se llama).

Entonces veo a un hombre colgado de unas muletas pidiendo dinero en una esquina. Me le acerco y me pide una ayuda. Le hablo, mientras Tony me espera disimuladamente a unos metros. Este hombre tiene casi mi estatura, pero no estoy segura si es por su condición que lo veo más pequeño. Le pregunto qué hace ahí en este lugar y me dice que vende lo que sea.

Segura de mi éxito, saco unos cuantos ejemplares y le explico mi idea. "¿Poesía?" - me inquiere desconcertado. Si -le digo- hoy es el Día Mundial de la Poesía y es posible que algunas personas estén interesadas en leer poesía. Entonces el me mira con cara de situación y me dice "Bueno, es que yo estoy ocupado, tengo que hacer unos trámites y no me puedo comprometer con nadie ahora mismo. Estoy aquí para otra cosa. Eso no".

Una señora que vendía billetes de lotería y bolsitas de guandú a un metro me grita: "Es que a él lo que le gusta es pedir, váyase mamita, no pierda su tiempo con él, que a él lo que le gusta es pedir". Entonces yo lo miro nuevamente como preguntándole si era cierto. El hombre me mira y me dice "de verdad, estoy ocupado, hoy no puedo".

Plan B:

Estamos a un día del 21 de marzo. Hemos hablado con varios amigos que están entusiasmados con la idea. Sin embargo es un día difícil. En la prensa ha salido todo el programa del día mundial de la poesía que el Instituto Nacional de Cultura ha organizado. Mi actividad con los indigentes no está en el programa, pero la periodista que me entrevistó lo ha reseñado en La Prensa. A Rosalía también le gustó la idea y se animó a colocarla como primicia.

Hay una cuadrilla en Río Abajo dispuesta a entrarle al asunto. Yo pensaba más bien en otros personajes, pero desde ya puedo ver la primera dificultad. Son asuntos incompatibles. La poesía, digamos, es y no es una cosa de la calle.

Plan B: Saldremos a ver qué pasa. Llevamos unos 96 ejemplares, porque hemos guardado 3 para la biblioteca y uno para mi.

Rectificación del Plan B: Llevamos unos 85 ejemplares, puesto que algunos participantes exigen su copia y se comprometen a pagarla dando un dólar a un indigente. Eso no es exactamente la idea. No sé si ayuda, pero de alguna forma es diferente a la indiferencia.