Hermano mendigo,
quiero como mi mano
tu mano sucia y viajera
para extenderla a esta gente hermosa,
pedir un sol en la madrugada
un pan sin necesidad de mesa
y rogar un beso en la frente
cuando ya todos los ojos
ardan en el aire.
Hermano,
yo también estoy amparado
a una cuneta a las orillas de la vida.
Sigo la ruta del afán y el desacierto.
Yo sólo pido las migajas de un aroma
pero esta ciudad está hecha de espinas.
Grande es la sombra.
Grande el hambre que tengo.
Hermano mendigo,
como tú,
yo también huelo a las heces
de un corazón canceroso que grita a medianoche.
A mí también la lluvia me martilla los huesos
y el frío me deja su veneno blanco sobre los poros.
Como tú,
tengo mil caminos como mil formas
de morir y no morir con pasos ciegos.
Sedienta es la tormenta en una esquina o bajo los puentes;
los dos sabemos de su mano terrible
que sube desde el charco para ahogarnos las lágrimas.
(Niñas bonitas
asquean por nuestra piel de oruga
y niños valientes
le lanzan piedras a nuestro trémulo cariño desde los balcones.)
Oh, hermano mendigo,
yo también tengo un saco en los hombros
y llevo una rosa, ahí,
donde los demás sólo ven basura…
Este poema es de Vladimir Amaya, poeta salvadoreño.
quiero como mi mano
tu mano sucia y viajera
para extenderla a esta gente hermosa,
pedir un sol en la madrugada
un pan sin necesidad de mesa
y rogar un beso en la frente
cuando ya todos los ojos
ardan en el aire.
Hermano,
yo también estoy amparado
a una cuneta a las orillas de la vida.
Sigo la ruta del afán y el desacierto.
Yo sólo pido las migajas de un aroma
pero esta ciudad está hecha de espinas.
Grande es la sombra.
Grande el hambre que tengo.
Hermano mendigo,
como tú,
yo también huelo a las heces
de un corazón canceroso que grita a medianoche.
A mí también la lluvia me martilla los huesos
y el frío me deja su veneno blanco sobre los poros.
Como tú,
tengo mil caminos como mil formas
de morir y no morir con pasos ciegos.
Sedienta es la tormenta en una esquina o bajo los puentes;
los dos sabemos de su mano terrible
que sube desde el charco para ahogarnos las lágrimas.
(Niñas bonitas
asquean por nuestra piel de oruga
y niños valientes
le lanzan piedras a nuestro trémulo cariño desde los balcones.)
Oh, hermano mendigo,
yo también tengo un saco en los hombros
y llevo una rosa, ahí,
donde los demás sólo ven basura…
Este poema es de Vladimir Amaya, poeta salvadoreño.
2 comentarios:
Me gusto mucho tu blog, espero poder seguirlo con periodicidad, muchas felicidades!
gracias por decírmelo, así me hago una idea de quienes leen esto y qué les parece. saludos!
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